Tuesday, December 31, 2013

No preguntes nada, estoy bien.

Ana

Le gustaban las tardecitas de sol.
Pasaba largas horas mirando por la ventana, los atardeceres en el jardin de su pequeña casita pueblerina.
Mientras  su memoria,  que a pesar de su edad aún funcionaba bastante bien , era escenario de fotos de la historia de la menor de sus hijas. Ana.

Una hermosa niña, hermosa mujer, mucho mas bella y encantadora que su primogénita, paradójicamente portadora de un historial de amores, desamores y finales tristes, que volvía  irremediablemente a quedarse sola.

Sabía que vivir con ella había sido un buen arreglo.

Estaba muy deprimida, angustiada y sabía que le duraría un tiempo. Y ella era su madre.
Ambas mujeres, finalmente podrían reparar al menos aquella historia marcada por peleas y tensiones, esa era su idea.
 Para Ana pagar la mitad de un alquiler era mas que una ventaja, porque le era difícil renunciar al tipo de comodidades y lujos que siempre había tenido.

Madre de varios hijos, todos fueron arribando a un destino de familias estables salvo Ana.
Buenos colegios, clubes y buenas familias le rodearon siempre.




Pero Ana pasó la mitad de su adolescencia, saltando de una pareja a otra, enamorándose y desenamorándose tan rápido que llegaban sus hermanos a confundir los nombres de sus candidatos.

Era hermosa, inteligente, seductora, de sus dos hijas mujeres sin dudas era la portadora de todos los encantos femeninos y de la mezcla de Atenea y Afrodita juntas.
Habrá sido que sintió que eso le proporcionó alguna ventaja?
Juana no había tenido la misma suerte. 
Flacucha, de cara espigada y ojeras enormes, sin gracia, parecía siempre enferma. 
Mediocre en el colegio, dedicada a la costura, siempre vivió detrás de su máquina. Ahora se dedicaba al ropa de diseño, una suerte evolutiva del corte y confección de su infancia.
Nadie se daba cuenta que estaba, a veces debía reconocer que ni ella, su madre lograba dedicarle una sonrisa.
Tímida, excesivamente introvertida, parecía siempre malhumorada cuando estaba con otros.
Y pensar que no daba ni un penique por verla casarse.
Y allí vivía Juana, casada hacía 25 años, con una familia estable, sus tres hijos encaminados, y un trabajo con logros.
Seguía seria, mientras Ana tenía el don de una campanita.
Había sido seguramente un enorme desafío ignorar la atracción de la simpatía y la belleza de su hermana. Tal vez nunca había logrado hacerlo.

Y la madurez le daba aun mas brillo a su belleza.

A pesar de ser una abogada exitosa y con varios postgrados en el exterior, tampoco parecía ser estable su carrera en el trabajo. 
Temperamental, atolondrada, impulsiva, era una experta en pegar portazos. 
En todas las facetas de su vida. 
Los portazos marcaban su súbito cambio de rumbo.